Mi historia

Conseguidora, hoy te cuento mi historia, la de cómo llegué hasta aquí. No es ni la mejor ni la peor, es la que es. No quisiera que pareciese que me pongo flores por haber conseguido el cambio. Quiero que sirva de ejemplo para que veas que se puede, que siempre se puede. 

De mi vida hasta ahora he aprendido que los sueños se logran, pero, eso sí, trabajando muchísimo en ellos y, fundamentalmente, cuando es un sueño del alma, cuando se tiene necesidad vital de alcanzarlo.

Una vida de dietas y kilos de más

Mi historia no es diferente a la de muchas otras. Desde siempre fui una niña gordita, unas veces más y otras menos, pero siempre con kilos de más. Aprendí lo que era estar a dieta desde bien pronto y ya no dejaría de acompañarme el resto de mi vida.

Mi peso oscilaba, subía y bajaba. Tenía que hacer grandes esfuerzos para mantenerlo más o menos estable, pero nunca estaba en normopeso. Desde siempre el deporte estuvo en mi vida. No al nivel de ahora pero sí que siempre hice algún tipo de ejercicio. Casi siempre. 

Con el tiempo, esta lucha acabó por vencerme. Tras unos 12 años de lucha con los kilos, me rendí. Sentí que nunca alcanzaría ese cuerpo que deseaba, que en el fondo de mi ser sentía que debía tener. Y no lo sentía así por cuestión estética, sino porque notaba que tenía la necesidad de hacer muchas cosas a nivel físico, y ese cuerpo no me lo permitía.

Cuando nada es suficiente

Con unos 24-25 años, me abandoné definitivamente. De vez en cuando me ponía a dieta, y aunque físicamente la hacía perfecta, en mi mente ya estaba sentenciado que no iba a servir. La profecía autocumplida se repetía una y otra vez. Aunque me esforzaba, por dentro creía firmemente que no serviría de nada, y así ocurría. 

Llegó un punto en el cual, aunque hiciese la dieta perfectamente y entrenase, no perdía ni un solo gramo. Como comprenderás, esto me sumió en una profunda depresión. Tenía unos 26-27 años y estaba muerta en vida.

Odiaba mi cuerpo a tal punto que no soportaba verlo reflejado en ninguna parte. No permitía que me hiciesen fotos pues odiaba lo que allí salía. No me identificaba con la imagen que veía de mí. 

mi historia: antes

Si el peso y la imagen no fuese suficiente castigo mental, con menos de 30 años era prehipertensa y la sombra de la diabetes, de la que ya tenía antecedentes en mi familia, me hacían sentir aún peor. Tan joven, pesando con 130 kilos, pronto estaría además enferma. 

Y, además, físicamente, el deterioro era evidente. Siempre había sido activa y ahora, subir una triste montaña paseando suponía un gran esfuerzo. Atarme los cordones de las zapatillas ya era difícil. Y a penas había pasado los 25 años. Me sentía en la más absoluta miseria. Me avergonzaba de a lo que había llegado.

Encontré la solución: la cirugía bariátrica

En ese estado, no salía ni quedaba con nadie. Mi vida se limitaba a ir del trabajo a casa. Estaba desperdiciando mis mejores años inmersa en una vorágine de comida y autodesprecio, odiando mi cuerpo profundamente. De repente, se cruzó en mi camino lo que parecía la solución a mis problemas: LA CIRUGÍA BARIÁTRICA.

Empecé a informarme, a leer todo lo que encontraba al respecto y ahí lo vi claro: te operan el estómago, no la cabeza. Así fue cómo empecé a comprender la importancia de trabajar la mente durante este proceso. 

Mi historia cambió. El 5 de noviembre de 2018 volví a nacer. Ese día, parte de mi cuerpo se quedó en aquel quirófano, pero también se quedó parte de mi ser. O más bien, de aquella máscara que había creado para ocultar mi verdadero yo. 

Comenzaba el gran camino. Las estadísticas dicen que un gran porcentaje de las personas sometidas a cirugías bariátricas reengordan a partir del tercer año. Pero yo no estaba dispuesta a ser parte de ese dato. Yo quería cambiar, necesitaba cambiar. Mi gran experiencia haciendo dietas me había dado el conocimiento de cuál era más fácil de llevar para mí, cuándo debía de empezar a hacer deporte, etc. 

Tenía un plan que iría implantando a partir de la operación, pero lo más importante ya lo estaba trabajando: MI MENTE. Sabía de su importancia para que el proceso fuese un éxito y me decidí a cambiarla. “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo” se convirtió en un mantra y tenía muy claro que lo que marca la diferencia en un proceso de este tipo es la mentalidad: la forma de pensar que te ha llevado a la obesidad NO te va a sacar de ella. 

En 6 meses perdí más de 55 kilos y volví a sonreír, volví a vivir.

Al fin puedo ser quien soy realmente

La vida me cambió completamente, pero porque yo cambié. Entrar en aquel quirófano era mi última oportunidad. Ya había gastado todas las balas. No me servía ninguna dieta ni ejercicio, pero porque lo que no me servía era mi mente. Trabajar en cómo llegué allí era primordial. 

mi historia: después

La cirugía hace su función, pero yo tengo que hacer la mía. Por supuesto que adelgazas, es algo básicamente matemático: si no comes, por poco que hagas, adelgazas. Pero ¿qué ocurre cuando el organismo se acostumbra? ¿Qué pasa cuando vamos obligando al estómago a albergar cada vez más comida?

De aquella Araceli que entró a quirófano, poco queda. No soy quien era, ni por fuera ni por dentro. La evolución es real. Estoy mucho más cerca de ser quien soy, pero nunca se deja de crecer y conocerse. Me queda mucho por hacer, pero voy encontrando el camino. Ahora me amo profundamente. Me acepto como soy, con mis luces y mis sombras, pero, sobretodo agradezco cada día el cuerpo fuerte y sano que me permite hacer todo lo que hago.

Conocí el Crossfit y, sobre todo, el trail running, que me permite sentir y sacar lo que llevo dentro. Uso el deporte como un arte, como una forma de expresión. Corro para demostrarme de lo que soy capaz. Para romper mis límites mentales. Y para disfrutar del cuerpo que tengo.

No todo el mundo tiene que hacer ultradistancia, “simplemente” hay que encontrar aquello que te llene, que te haga sentir viva.

“Prende tu vida en fuego. Busca aquello que te aviva la llama”. 

Rumi