¿Crees que decides lo que haces cada día, a cada momento? ¿No te ha pasado de llegar a algún sitio, incluso conduciendo, y no recordar cómo habías llegado hasta allí?
Vivimos rodeados de tanta información y estímulos que nuestro cerebro, para protegernos, se desconecta a menudo y vamos por la vida en piloto automático, como zombies, repitiendo una y otra vez los mismos actos y tareas del día, sin cuestionarnos nunca por qué hacemos lo que hacemos.
La desconexión afecta a toda tu vida
La desconexión se produce a todos los niveles de nuestra vida. Como decía en la introducción, un ejemplo extremadamente común que a todo el que tiene carnet le ha pasado en más de una ocasión es llegar conduciendo a un sitio y preguntarse: “¿cómo he llegado hasta aquí?”.
Vivir en este estado es extremadamente peligroso. En el ejemplo de conducir, implica que no estamos atentos a la carretera y, si ocurre algún incidente, no nos daremos cuenta o lo haremos demasiado tarde.
Esta desconexión se produce principalmente por la gran cantidad de estímulos que recibimos y a los que tenemos que atender. Son tantos, que el cerebro no los puede gestionar a la vez. Entonces, los que ya son conocidos, los deja en piloto automático para dedicarse a gestionar los nuevos. Así, el primer día de un trabajo que no conoces, estás super atenta a cualquier mínimo detalle. Pero cuando lleves años en ese puesto, ni pensarás los que estás haciendo, pues está automatizado.
Igualmente que nos ocurre en nuestro trabajo, pasa en las relaciones, haciendo la compra, caminando a algún sitio… Y también con la comida, que es parte importante de lo que tratamos en este blog.
Comer desconectado
La mayoría de las personas comemos de forma totalmente automática. Comemos por comer, llenando el estómago de cualquier cosa, a veces porque “es la hora de comer” y otras veces porque sentimos un vacío interior que confundimos con hambre y hay que rellenar.
El peligro de la desconexión aplicado a la alimentación implica que muchas veces, cuando somos presas de ese estado zombie, no somos consciente ni del qué, ni del cuánto ni del por qué estamos comiendo. Así, comemos de más, cuando no lo necesitamos o de productos muy alejados de aquello que le conviene a nuestro templo el cuerpo.
La desconexión con el momento presente mediante la comida la usa nuestra mente para tragarse, literalmente, emociones no gestionadas. Comemos para llenar un vacío interior que no queremos ni sabemos enfrentar. Es una huida hacia delante, un parche totalmente instantáneo a un problema que negamos ver.
¿Y cómo lo hago consciente?
Usamos la comida como “solución” a nuestra falta de valentía. Un tratamiento momentáneo a algo que nos hace sentir mal interiormente pero no nos atrevemos a hacerle frente. A cambio, nos atiborramos a comida, llenando ese vacío y, además, si nos sienta mal esa comida, tenemos en qué pensar un rato después de la comida, tenemos así la cabeza entretenida con el “me encuentro mal”. Y todo esto para no reconocer aquello que nos hizo sentirnos mal desde el principio. Porque este circulo vicioso ya es conocido para el cerebro, es la zona de confort para él. Fuera de ahí, es territorio desconocido y no sabe si habrá más sufrimiento o menos del que ahora padece. Para “protegernos” (o lo que el cerebro interpreta como tal), nos mantiene en ese estado, una y otra vez, aunque sea doloroso.
Para apagar este piloto es necesario crear consciencia, esto es, ser consciente del momento presente. Es pararse a ver qué sientes, cómo te sientes, a ponerle nombre a lo que te ocurre ahora. Olvidarse del pasado y del futuro. La consciencia requiere compromiso, trabajo y dedicación, pero los beneficios que obtendrás superarán con creces el esfuerzo invertido.
Por ello, cada vez que sientas hambre o que te sorprendas comiendo algo, párate a pensar: ¿de verdad es hambre? ¿o es ganas de comer? ¿qué me estoy comiendo al ingerir esto?
No es fácil. No es rápido. Pero es sano e importante para tu salud mental y física. Será bastante difícil para tu cerebro, que tendrá que aprender una nueva dinámica a la que no está acostumbrado. Y habrá dolor por el camino, pues recuerda que la misión de la rutina que tenías es no enfrentarse a cosas dolorosas.
En cambio, ganarás mucha salud en todos los aspectos. Y estarás muy orgullosa de ti y de la responsabilidad que habrás ganado respecto a tu persona. Tú y sólo tú eres responsable de tus actos, y hacerte cargo de ellos es el mejor ejercicio para demostrarlo.
Vivir en piloto automático te ha traído hasta este momento. Si no te gusta lo que ves y, sobretodo, lo que sientes, ¡es hora de cambiar, conseguidora!